En el Epílogo del
libro Memoria e identidad – Reflexiones personales, - “conversación”
que tuvo lugar en la residencia pontificia de Castel Gandolfo, participa también
el Secretario del Santo Padre entonces Arzobispo Stanislaw Dziwisz. La primera parte habla del atentado y las
consecuencias. En la segunda - si bien
relacionada con el atentado - Juan Pablo
II nos invita a reflexionar sobre el bien y el mal. (la traducción
al español es de Bogdan Piotrowski)
¿Cómo se
desarrollaron verdaderamente los hechos de aquel 13 de mayo de 1981? El
atentado y todo lo que comportó, ¿no revelaron alguna verdad sobre el papado,
tal vez olvidada? ¿No se podría leer en ellos un mensaje peculiar de su misión
personal, Santo Padre? Usted visitó en la cárcel al autor del atentado y se encontró
con él cara a cara. ¿Cómo ve hoy aquellos sucesos, después de tantos años? ¿Qué
significado han tenido en su vida el atentado y los demás acontecimientos
relacionados con él?
Juan Pablo II: Todo
esto ha sido una muestra de la gracia divina. Veo en ello una cierta analogía
con la prueba a la que fue sometido el cardenal Wyszynski durante su prisión.
Sólo que la experiencia del primado de Polonia duró más de tres años, mientras que la
mía fue más bien breve, apenas unos meses. Agca sabía cómo disparar y disparó
ciertamente a dar. Pero fue como si alguien hubiera guiado y desviado esa
bala...
Stanislaw Dziwisz:
Agca tiró a matar. Aquel disparo debería haber sido mortal.La bala atravesó el
cuerpo del Santo Padre, hiriéndolo en el vientre, en el codo derecho y en el
dedo índice izquierdo. El proyectil cayó después entre el Papa y yo. Oí dos disparos más,
y dos personas que estaban a nuestro lado cayeron heridas. Pregunté al Santo
Padre: «¿Dónde?» Contestó: «En el vientre.» «¿Le duele?» «Duele.» No había ningún
médico cerca. No había tiempo para pensar. Trasladamos inmediatamente al Santo
Padre a la ambulancia y a toda velocidad fuimos al Policlínico Gemelli. El
Santo Padre iba rezando a media voz. Después, ya durante el trayecto, perdió el
conocimiento. Varios factores fueron decisivos para salvar su vida. Uno de
ellos fue el tiempo, el tiempo empleado para llegar a la clínica: unos minutos
más, un pequeño obstáculo en el camino, y hubiera llegado demasiado tarde. En
todo esto se ve la mano de Dios. Todos los detalles lo indican.
Juan Pablo II: Sí, me
acuerdo de aquel traslado al hospital. Estuve consciente poco tiempo. Tenía la
sensación de que podría superar aquello. Estaba sufriendo, y esto me daba
motivos para tener miedo, pero mantenía una extraña confianza. Dije a don Stanislaw que perdonaba al
agresor. Lo que pasó en el hospital, ya no lo recuerdo.
Stanislaw Dziwisz:
Casi inmediatamente después de la llegada al policlínico llevaron al Santo
Padre al quirófano. La situación era muy grave. Su organismo había perdido
mucha sangre. La tensión arterial bajaba dramáticamente, el latido del corazón
apenas era perceptible. Los médicos me sugirieron que administrara la Unción de los
Enfermos al Santo Padre. Lo hice de inmediato.
Juan Pablo II:
Prácticamente estaba ya del otro lado.
Stanislaw Dziwisz:
Después hicieron al Santo Padre una transfusión de sangre.
Juan Pablo II: Las
complicaciones posteriores y el retardo en todo el proceso de restablecimiento
fueron, después de todo, consecuencias de aquella transfusión.
Stanislaw Dziwisz: El
organismo rechazó la primera sangre. Pero se encontraron médicos del mismo
hospital que donaron su propia sangre para el Santo Padre. Esta segunda
transfusión tuvo éxito. Los médicos hicieron la operación sin muchas esperanzas
de que el paciente sobreviviría. Como es comprensible, no se preocuparon para
nada del dedo índice traspasado por la bala. Me dijeron: «Si sobrevive, ya se
hará algo después para resolver este problema.» En realidad, la herida del dedo
cicatrizó sola, sin ninguna intervención particular. Después de la operación, llevaron al Santo
Padre a la sala de reanimación. Los médicos temían una infección que, en
aquella situación, podía ser fatal. Algunos órganos internos del Santo Padre
estaban gravemente afectados. La operación fue muy difícil. Pero, finalmente,
todo cicatrizó perfectamente y sin complicaciones, aunque todos saben que éstas
son frecuentes tras una intervención tan compleja.
Juan Pablo II: En
Roma el Papa moribundo, en Polonia el luto... En mi Cracovia, los estudiantes
organizaron una manifestación: la «marcha blanca.» Cuando fui a Polonia, dije: He venido para
agradeceros la «marcha blanca». Estuve también en Fátima para dar gracias a la
Virgen. ¡Dios mío! Esto fue una dura
experiencia. Me desperté sólo al día siguiente, hacia el mediodía. Y dije a don
Stanislaw: «Anoche no recé Completas.»
Stanislaw Dziwisz:
Para ser más exactos, Usted, Santo Padre, me preguntó: «¿He rezado ya
Completas?» Porque pensaba que todavía era el día anterior.
Juan Pablo II: No me
daba cuenta alguna de todo lo que sabía don Stanislaw. No me decían que la
situación era tan grave. Además, había estado inconsciente durante bastante
tiempo. Al despertar, me hallaba incluso de bastante buen ánimo. Por lo menos
al principio.
Stanislaw Dziwisz:
Los tres días siguientes fueron terribles. El Santo Padre sufría muchísimo.
Porque tenía drenajes y cortes por todos los lados. No obstante, la
convalecencia seguía un proceso muy rápido. A comienzos de junio, el Santo Padre
volvió a casa. Ni siquiera tuvo que seguir una dieta especial.
Juan Pablo II: Como
se ve, mi organismo es bastante fuerte.
Stanislaw Dziwisz: Algo
más tarde, el organismo fue atacado por un virus peligroso, como consecuencia
de la primera transfusión o tal vez del agotamiento general. Se había
suministrado al Santo Padre una enorme cantidad de antibióticos para protegerlo
de la infección. Pero eso redujo notablemente sus defensas inmunológicas.
Comenzó a desarrollarse así otra enfermedad. El Santo Padre fue llevado de
nuevo al hospital. Gracias a una
terapia intensiva, su estado de salud mejoró de tal manera que los médicos
estimaron que se podía acometer una nueva operación para completar las
intervenciones quirúrgicas realizadas el día del atentado. El Santo Padre
escogió el 5 de agosto, el día de Nuestra Señora de las Nieves, que en el
calendario litúrgico figura como el día de la Dedicación de la Basílica de Santa María
la Mayor. También aquella
segunda fase fue superada. El 13 de septiembre, tres meses después del
atentado, los médicos emitieron un comunicado en el que informaban de la
conclusión de los cuidados clínicos. El paciente pudo regresar definitivamente
a casa.
Cinco meses después
del atentado, el Papa volvió a asomarse a la plaza de San Pedro para recibir de
nuevo a los fieles. No demostraba sombra alguna de temor ni de estrés, por más
que los médicos hubieran advertido de esta posibilidad. Dijo entonces: «Y de
nuevo me he hecho deudor de la Santísima Virgen y de todos los santos Patronos.
¿Podría olvidar que el evento en la plaza de San Pedro tuvo lugar el día y a la
hora en que, hace más de sesenta años, se recuerda en Fátima, Portugal, la primera
aparición de la Madre
de Cristo a los pobres niños campesinos?
Porque, en todo lo que me ha sucedido precisamente ese día, he notado la
extraordinaria materna protección y solicitud, que se ha manifestado más fuerte
que el proyectil mortífero.»
Juan Pablo II:
Durante el tiempo de Navidad de 1983 visité al autor del atentado en la cárcel.
Conversamos largamente. Alí Agca, como dicen todos, es un asesino profesional.
Esto significa que el atentado no fue iniciativa suya, sino que algún otro lo
proyectó, algún otro se lo encargó. Durante toda la conversación se vio claramente
que Alí Agca continuaba preguntándose cómo era posible que no le saliera bien
el atentado. Porque había hecho todo lo que tenía que hacer, cuidando hasta el
último detalle. Y, sin embargo, la víctima designada escapó de la muerte. ¿Cómo podía ser? Lo interesante es que esta inquietud lo
había llevado al ámbito religioso. Se preguntaba qué ocurría con aquel misterio
de Fátima y en qué consistía dicho secreto. Lo que más le interesaba era esto;
lo que, por encima de todo, quería saber. Mediante
aquellas preguntas insistentes, tal vez manifestaba haber percibido lo que era
verdaderamente importante. Alí Agca había intuido probablemente que, por encima
de su poder, el poder de disparar y de matar, había una fuerza superior. Y, entonces,
había comenzado a buscarla. Espero que la haya encontrado.
Stanislaw Dziwisz:
Considero un don del cielo el milagroso retorno del Santo Padre a la vida y a
la salud. El atentado, en su aspecto humano, sigue siendo un misterio. No lo ha
aclarado ni el proceso, ni la larga reclusión en cárcel del agresor. Fui testigo de la
visita del Santo Padre a Alí Agca en la cárcel. El Papa lo había perdonado
públicamente ya en su primera alocución después del atentado. Por parte del
prisionero nunca le he oído pronunciar las palabras: «Pido perdón.» Le interesaba
únicamente el secreto de Fátima. El Santo Padre recibió varias veces a la madre y los
familiares del ejecutor, y con frecuencia preguntaba por él a los capellanes
del instituto penitenciario.
En el aspecto divino,
el misterio consiste en todo el desarrollo de este acontecimiento dramático,
que debilitó la salud y las fuerzas del Santo Padre, pero que en modo alguno
aminoró la eficacia y fecundidad de su ministerio apostólico en la Iglesia y en
el mundo. Pienso que no es ninguna
exageración aplicar en este caso el dicho: Sanguis
martyrum semen christianorum. Tal vez había necesidad de esta sangre en la plaza
de San Pedro, en el lugar del martirio de muchos de los primeros cristianos.
El primer fruto de
esta sangre fue sin duda la unión de toda la Iglesia en la gran oración por la salud del Papa.
Durante toda la noche después del atentado, los peregrinos venidos para la
audiencia general y una creciente multitud de romanos rezaban en la plaza de
San Pedro. Los días sucesivos, en las catedrales, iglesias y capillas de todo
el mundo, se celebraron misas y se elevaron plegarias por la recuperación del
Papa. El mismo Santo Padre decía a este respecto: «Me resulta difícil pensar en
esto sin emoción. Sin una profunda gratitud para todos. Hacia todos los que el día 13 de
mayo se reunieron en oración. Y hacia todos los que han perseverado en ella
durante este tiempo
[...]. Estoy agradecido a Cristo Señor y al Espíritu Santo,
el cual, mediante este evento, que tuvo lugar en la plaza de San Pedro el día
13 de mayo a las 17.17, ha inspirado a tantos corazones para la Oración común. Y, al
pensar en esta gran oración, no puedo olvidar las palabras de los Hechos de los
Apóstoles que se refieren a Pedro: “La Iglesia oraba insistentemente a Dios por él” (Hch
12, 5)».3
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