Ya era el cuarto día de la peregrinación jubilar por Tierra Santa (20 al 26 marzo 2000) y Juan Pablo II habia vivido extensas y emocionantes jornadas en esta, su segunda visita a los Santos Lugares. Ya había pasado por Belén, donde había nacido Jesús, y también por aquel lugar donde “los recuerdos, la mente, el corazón y el alma sienten una gran necesidad de silencio. Silencio para recordar….. Silencio porque no hay palabras suficientemente fuertes para deplorar la terrible tragedia de la Shoah” ... recordaba la ocupación de Polonia durante la guerra…a sus amigos y vecinos judíos….
Ahora le tocaba estar con los jóvenes en la reunión más concurrida de la historia del Estado de Israel. Y después de hablarles desde el Monte de las Bienaventuranzas este sucesor nro 263 de Pedro estaria orando en la casa de Pedro.
“Bienaventurados los pobres de espíritu, los mansos, los misericordiosos, los que lloráis, los que tenéis hambre y sed de justicia, los limpios de corazón, los que trabajáis por la paz y los perseguidos". ¡Bienaventurados!”
En sus palabras a los jóvenes les dijo “hemos sido elegidos para marchar, y no somos nosotros quienes establecemos la meta de este camino”…. “Estos dos montes, el Sinaí y el de las Bienaventuranzas, nos ofrecen el mapa de nuestra vida cristiana y una síntesis de nuestras responsabilidades ante Dios y ante nuestro prójimo….. La Ley y las bienaventuranzas señalan juntas la senda del seguimiento de Cristo y el camino real hacia la madurez y la libertad”
La homilía estaba dirigida principalmente a los jóvenes presentes en el Monte de las Bienaventuranzas pero no olvidaba todos aquellos que “a lo largo de los siglos se han reunido en torno a Jesús para aprender las palabras de vida eterna, como vosotros estáis reunidos hoy aquí!” - les decía - y saludaba también a los miembros de todas las demás comunidades. Ese gran encuentro era como “un ensayo general de la Jornada mundial de la juventud ”que se celebraría en Roma en el mes de agosto”
Les exhortaba que Jesús presenta un mensaje muy diferente a aquellas voces contradictorias que escuchaban dentro de ellos y en torno a ellos. Los invitaba a confiar en Jesús recordándoles que ello significa “elegir creer en lo que os dice!” y “encarnar” las bienaventuranzas como Jesús lo habia hecho. “Escuchar la voz de Jesus en este monte – les decía - puede significar dejar “vuestras barcas y vuestras redes, y esto nunca es fácil…y “ahora, en el alba del tercer milenio, os toca a vosotros ... Toca a vosotros ir al mundo a predicar el mensaje de los diez mandamientos y de las bienaventuranzas…
¡Ahora os corresponde a vosotros ser apóstoles valientes de este reino”
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