En
su discurso a la Curia Romana con motivo de las felicitaciones de Navidad en
diciembre de 2011 el Santo Padre Benedicto XVI hizo un breve
resumen de su actividad apostólica durante el año 2011. En su discurso le dedicó
una buena parte a la “magnífica
experiencia de la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid que ha sido también una medicina
contra el cansancio de creer. Ha sido una nueva evangelización vivida. Cada vez
con más claridad se perfila en las Jornadas Mundiales de la Juventud un modo
nuevo, rejuvenecido, de ser cristiano, que quisiera intentar caracterizar en
cinco puntos”
En
el primer punto habla de “una nueva experiencia de la catolicidad, la
universalidad de la Iglesia. (texto completo)
En
el segundo de la gran experiencia del encuentro con los voluntarios (texto completo)
En
el tercero de la espiritualidad de las Jornadas, de la adoración (textocompleto)
En
el cuarto de la presencia del sacramento de la Penitencia (texto completo)
Y
en el último (que transcribo textualmente)
el Santo Padre resalta “como última característica que no hay que descuidar en
la espiritualidad de las Jornadas Mundiales de la Juventud, quisiera mencionar
la alegría. ¿De dónde viene? ¿Cómo se explica? Seguramente hay muchos factores
que intervienen a la vez. Pero, según mi parecer, lo decisivo es la certeza que
proviene de la fe: yo soy amado. Tengo un cometido en la historia. Soy
aceptado, soy querido. Josef Pieper, en su libro sobre el amor, ha mostrado que
el hombre puede aceptarse a sí mismo sólo si es aceptado por algún otro. Tiene
necesidad de que haya otro que le diga, y no sólo de palabra: «Es bueno que tú
existas». Sólo a partir de un «tú», el «yo» puede encontrarse a sí mismo. Sólo
si es aceptado, el «yo» puede aceptarse a sí mismo. Quien no es amado ni
siquiera puede amarse a sí mismo. Este ser acogido proviene sobre todo de otra
persona. Pero toda acogida humana es frágil. A fin de cuentas, tenemos
necesidad de una acogida incondicionada. Sólo si Dios me acoge, y estoy seguro
de ello, sabré definitivamente: «Es bueno que yo exista». Es bueno ser una
persona humana. Allí donde falta la percepción del hombre de ser acogido por
parte de Dios, de ser amado por él, la pregunta sobre si es verdaderamente
bueno existir como persona humana, ya no encuentra respuesta alguna. La duda
acerca de la existencia humana se hace cada vez más insuperable. Cuando llega a
ser dominante la duda sobre Dios, surge inevitablemente la duda sobre el mismo
ser hombres. Hoy vemos cómo esta duda se difunde. Lo vemos en la falta de
alegría, en la tristeza interior que se puede leer en tantos rostros humanos.
Sólo la fe me da la certeza: «Es bueno que yo exista». Es bueno existir como
persona humana, incluso en tiempos difíciles. La fe alegra desde dentro. Ésta
es una de las experiencias maravillosas de las Jornadas Mundiales de la
Juventud.”
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