“Pero era realmente necesario aceptar a Jan antes de
aceptar lo que nos estaba transmitiendo? Jan sencillamente proclamaba la verdad
acerca de la totalidad de la vida sobrenatural del hombre, que no es otra cosa
que el cumplimiento de las riquezas de nuestra Fe. Estas verdades eran bien conocidas del catecismo, de libros,
de sermones. Es que Jan realmente proclamaba algo nuevo? Es justamente esto lo que Jan no hacía, no
enseñaba, oficialmente. Jan
sencillamente cosechaba almas en el verdadero sentido de la palabra. El quería que estas almas aceptaran las
verdades de la religión de una manera fresca, nueva, no como prohibiciones o
limitaciones. El quería extraer de las
bondades sobrenaturales que el sabia albergaban todas las almas, la forma real
de la vida sobrenatural del hombre; una vida que por medio de la gracia de
Dios, se hace participe en la vida de Dios.
Esa era la dificultad de su particular intento. Imaginen, en la medida de lo posible, a estos jóvenes que juzgaban a Jan con escepticismo,
poseedores de un sentimiento superlativo de su
autosuficiencia y arrogancia típica de su edad.
Y cada uno de ellos preguntaba: que quiere este hombre de mi? Qué es lo que cree que me falta a mi? Porque habían captado rápidamente que Jan exigía
algo de ellos, de sus vidas, de sus convicciones, sus emociones, sus
actitudes. En primera instancia no era
fácil determinar qué era lo que en realidad exigía. La verdad de una vida
nueva, más plena, una verdad que Jan ya poseía y que les era totalmente
desconocida. No
era cuestión de discursos o conferencias, de aprender algo nuevo, sino de
reformar su vida y sus actitudes – una vida, que hasta entonces, les parecía bastante
buena, virtualmente perfecta, inviolable, impermeable a influencias externas, especialmente
ante intento de la influencia de un
hombre exageradamente piadoso y anciano. Cada uno de nosotros desafiábamos
tenazmente la verdad de las palabras de Jan y nos resistíamos ante sus
observaciones apuntaran a donde apuntasen ya fuera a la razón, emociones o
otras fuentes. Fue un duro y largo esfuerzo
, durante el cual los procesos de la
Gracia se activaron en estas almas jóvenes y
se fueron complementando a través
del contacto con la vida interior de este hombre bueno y sencillo. Su vida
interior era como un ancla mas allá de sus palabras; explicaba sus acciones, nos atraía a él a
pesar de nuestras reservas y resistencia. Sus palabras a menudo nos ofendían,
no porque fuesen inapropiadas, sino porque eran tan poco originales, porque nuestra
auto estima se sentía lastimada por la magnitud del abismo que separaba su vida interior de
la nuestra. El nos mostro a Dios mucho
mas directamente que cualquier sermón o libros; el nos demostró que Dios no solamente
podía ser estudiado, sino vivido. Pero ante todo, nos sorprendía con hechos. Indudablemente
existe una gran diferencia entre lo que es proclamado por un apóstol y lo que
es proclamado por cualquier otra persona. Ante todo hay una diferencia en la
actitud y la receptividad del que escucha. El apóstol debe estar – y está preocupado por al menos un
incipiente cambio en el que escucha. Y
este cambio no es consecuencia de argumentos razonados, sino el resultado de la Gracia que trasciende meras
palabras. Y cuanto más difícil es convencer cuando el
resultado deseado no es solamente la aceptación de la verdad, sino también el
cambio del propio ego, que trasciende el yo.
Eso era lo que había de especial en Jan; te hacía sentir que este hombre trascendía los
procesos de gracia. Reitero: nos sorprendía
con el hecho consumado. No obstante toda
la resistencia, reservas o prejuicios ante sus palabras, la forma en que se
expresaba, los pensamientos que escribía
sobre la vida interior (que en realidad consistían en copiar pasajes de libros
sobre espiritualidad) despertaba cierta
necesidad de ceder a su verdad interior e imitar la vida que el mismo vivía y
de la cual era apóstol. Un teólogo
podría objetar que tales conclusiones no son apropiadas en cuanto que una influencia apostólica puede surtirse
de carismas, de gracia gratuitamente otorgada por Dios, que en sí mismas aun no
nos dicen nada acerca de la santidad de una persona en particular. Pero el apostolado de Jan no estaba destinado
a las masas. Jan hacia su labor ante
todo por medio de conversaciones individuales
y consultas, cuando no brindaba charlas, cuando no enseñaba, sino que
todo lo alcanzó por medio de la gravedad que poseía su vida interior.”
(traducido
de The Making of the Pope of the Millenium – Kalendarium
of the Life of Karol Wojtyla, de Adam Boniecki, MIC (Marian Press,
2000). El original en polaco fue publicado en 1983; la traducción
al inglés - ampliada y revisada - en el 2000, fue
dedicada al Papa Juan Pablo II al
cumplir 80 años. “El apóstol”, un articulo
sobre Jan Tyranowski, segundo ensayo de Karol Wojtyla, contiene datos
autobiográficos y fue publicado en
Tygodnik Powsechny en marzo de 1949.)
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