“María es la que de manera singular y
excepcional ha experimentado —como nadie— la misericordia y, también de manera
excepcional, ha hecho posible con el sacrificio de su corazón la propia
participación en la revelación de la misericordia divina. Tal sacrificio está
estrechamente vinculado con la cruz de su Hijo, a cuyos pies ella se
encontraría en el Calvario. Este sacrificio suyo es una participación singular
en la revelación de la misericordia, es decir, en la absoluta fidelidad de Dios
al propio amor, a la alianza querida por El desde la eternidad y concluida en
el tiempo con el hombre, con el pueblo, con la humanidad; es la participación
en la revelación definitivamente cumplida a través de la cruz. Nadie
ha experimentado, como la Madre del Crucificado el misterio de la cruz, el
pasmoso encuentro de la trascendente justicia divina con el amor: el « beso »
dado por la misericordia a la justicia.104
Nadie como ella, María, ha acogido de corazón ese misterio: aquella dimensión
verdaderamente divina de la redención, llevada a efecto en el Calvario mediante
la muerte de su Hijo, junto con el sacrificio de su corazón de madre, junto con
su « fiat » definitivo.
María
pues es la que conoce más a fondo el
misterio de la misericordia divina. Sabe su precio y sabe cuán alto es. En
este sentido la llamamos también Madre de
la misericordia: Virgen de la
misericordia o Madre de la divina misericordia; en cada uno de estos títulos se
encierra un profundo significado teológico, porque expresan la preparación
particular de su alma, de toda su personalidad, sabiendo ver primeramente a
través de los complicados acontecimientos de Israel, y de todo hombre y de la
humanidad entera después, aquella misericordia de la que « por todas la
generaciones » 105 nos
hacemos partícipes según el eterno designio de la Santísima Trinidad.”
(Beato Juan Pablo II Encíclica Dives inMisericordia sobre la Misericordia Divina)
y mi post
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