Leí este testimonio y me pareció que seria interesante participarlo en este blog. He buscado en vano comunicarme con el autor y no lo he logrado. Tampoco encontré forma de hacerlo ni señal alguna de prohibiciones. Desde aquí mis sinceras gracias a José Miguel Cejas por compartir sus vivencias, que cito textualmente. Invito visitar su sitio.
1991. Czestochowa VI Jornada Mundial de la Juventud (10-15 de agosto 1991)
La visita del Papa supuso un estallido de libertad y de alegría. Los polacos podían manifestar libremente su fe, respirando por primera vez vientos democráticos tras décadas de dictaduras de uno y otro signo nazis y marxistas. En aquella ciudad profundamente mariana se produjo por primera vez el encuentro entre millares de jóvenes del Este y del Oeste.
El grupo de españoles con el que yo iba tuvimos suerte, porque -después de perdernos y volvernos a perder por las carreteras de Alemania con nuestro autobús y de llegar relativamente tarde a la ciudad-, encontramos un suelo liso y bajo techo en el desván de un colegio donde poder dormir con la mochila como almohada.
Otros -miles- durmieron aquellas noches en los jardines -estábamos en pleno agosto- en las calles, en las aceras... Nos quedamos sin poder rezar en aquella ocasión ante la Virgen de Czestochowa, porque el Santuario se había visto obligado a cerrar sus puertas.
La falta de cierta organización -el país no disponía todavía de demasiados medios- se suplió con la buena voluntad y la bondad de los polacos. como todos, yo tenía el deseo de estar con el Papa frente a la explanada del Santuario, pero nos tuvimos que quedar a casi un kilómetro, en la avenida central.
Yo había paseado por esa misma Avenida, que tenía un nombre marxista, los años anteriores, en medio de la pobreza moral y material del régimen comunista. Ese año se había quedado sin nombre y ahora se llama Avenida de Juan Pablo II.
La Avenida estaba completamente abarrotada y nos tuvimos que conformar con escuchar su homilía por los altavoces. El Papa fue saludando a los jóvenes de cada país, haciendo bromas que iban acompañadas por aplausos: aplausos corteses, joviales o estruendosos, según la nación. Los mexicanos se hacían notar por su alegría y su vitalidad, lo mismo que los españoles.
Al día siguiente, después de madrugar bastante, estábamos en la explanada, casi en primera fila, para una ceremonia tan emocionante que a todos nos pareció muy breve, aunque duró desde las nueve hasta las dos del mediodía. La música y los coros fueron magníficos, haciendo honor a la tradición musical polaca.
El Papa nos habló de la "Casa común Europea":
El Viejo Continente apuesta por vosotros, jóvenes de la Europa Oriental y Occidental, para construir esta ’casa común’ que debe aportarnos un futuro de la solidaridad y de la paz... para la prosperidad de las generaciones venideras hace falta que la nueva Europa se base en el fundamento de los valores espirituales que constituyen el núcleo más íntimo de su tradición cultural”.
Meses después, evocando aquellos días, comentó:
¡Cómo quisiera que el soplo del Espíritu Santo, que recibimos en Czestochowa, se difundiese por todas partes! En aquellos días inolvidables el santuario mariano se convirtió en el cenáculo de un nuevo Pentecostés, con las puertas abiertas hacia el tercer milenio.
Una vez más, el mundo pudo ver a la Iglesia, joven y misionera, llena de gozo y de esperanza.
Sentí una gran felicidad al ver a tantos jóvenes que, viniendo del Este y del Oeste, del Norte y del Sur, por primera vez se encontraron, unidos por el Espíritu Santo en el vínculo de la oración.
Vivimos un acontecimiento histórico, un acontecimiento que, por su gran alcance salvífico, abrió una nueva etapa en el camino de evangelización, del que los jóvenes son protagonistas.
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