Gian Franco Svidercoschi Historia de Karol, capítulo 12, (Ediciones Internacionales Universitarias, Madrid 2003)
Karol estaba a punto de salir. Le esperaban en las colinas de Twardowski para un partido de fútbol. Pero justo cuando iba a abrir la puerta escuchó el ruido siniestro, inconfundible de la botas de los militares alemanes. Las SS realizaban una batida por la ciudad, calle por calle.
Habían entrado al barrio Debniki, a la calle Tyniecka y debían de haber entrado ya al número 10. Y ahora, aquellos fuertes pasos se acercaban.
Se acercaban cada vez más….
Con Karol, en casa estaban también los Kotlarczyk. Pero en ese momento, él se encontraba solo en aquella pequeña entrada. Rezaba, y tenía miedo. Rezaba tumbado en el suelo, con los brazos en cruz, y el corazón en la garganta. Escuchaba los gritos de los militares que habían subido a los pisos de arriba, y que despotricaban contra las mujeres que no querían separarse de sus maridos arrastrados fuera por la fuerza.
Las SS bajaron. Karol pensó: “Ahora se marcharán”. Pero no. De repente se hizo un silencio pavoroso. El joven lo entendió, y un escalofrío le recorrió la espalda. Comprendió que los soldados se habían parado delante de su puerta y se estarían preguntando si en aquel semisótano podría haber alguien.
Era el 6 de agosto de 1944. Domingo. El “domingo negro”, como se llamaría después. …
En el número 10 de la calle Tyniecka, los hombres de las SS seguían mirando indecisos, perplejos, como preguntándose.. no fue mas que un momento pero a él le pareció una eternidad, hasta que percibió, como una liberación, el ruido de las botas que se alejaban. Estaba salvado. Comprendió que estaba salvado.
Monseñor Sapieha, al ver que la situación se agravaba cada vez más, decidió que los seminaristas se quedaran a salvo en el arzobispado. Envió un sacerdote para que avisara también a Karol y lo condujera al Palacio de la calle Franciszkanska. Los militares patrullaban aún por las calles, y cada esquina, cada cruce, podía suponer una amenaza.
La señora Szkocka se ofreció para acompañarlos. Ella iría adelante para comprobar que no había peligro, y detrás Wojtyla y el sacerdote, que caminarían pegados a las paredes para, ante la menor señal, deslizarse en el primer portal que encontraran. Travesaron así toda la ciudad. Una Cracovia desierta, espectral, con la gente encerrada en sus casas.
Había un soldado que hacia la guardia junto al arzobispado, pero afortunadamente no los vio. En cuanto llegó, Karol se vistió con la sotana – como el resto de los seminaristas – para que si los alemanes irrumpían inesperadamente lo confundieran con un sacerdote. …
Encerrado en el arzobispado, en “arresto domciliario” como él decía, y donde mal que bien se estaba al abrigo del conflicto, Karol vivió el drama de Varsovia con el alma desgarrada. Pero también con un sentimiento de gratitud y de admiración hacia cuantos combatían en defensa de la patria y sobre todo, hacia aquellos jóvenes que en la insurrección habían dado generosamente la propia vida para salvar la libertad de todos.
“También yo – dirá más tarde – pertenezco a aquella generación, y pienso que el heroísmo de mis contemporáneos me ha servido de ayuda para definir mi vocación personal”.
Habían entrado al barrio Debniki, a la calle Tyniecka y debían de haber entrado ya al número 10. Y ahora, aquellos fuertes pasos se acercaban.
Se acercaban cada vez más….
Con Karol, en casa estaban también los Kotlarczyk. Pero en ese momento, él se encontraba solo en aquella pequeña entrada. Rezaba, y tenía miedo. Rezaba tumbado en el suelo, con los brazos en cruz, y el corazón en la garganta. Escuchaba los gritos de los militares que habían subido a los pisos de arriba, y que despotricaban contra las mujeres que no querían separarse de sus maridos arrastrados fuera por la fuerza.
Las SS bajaron. Karol pensó: “Ahora se marcharán”. Pero no. De repente se hizo un silencio pavoroso. El joven lo entendió, y un escalofrío le recorrió la espalda. Comprendió que los soldados se habían parado delante de su puerta y se estarían preguntando si en aquel semisótano podría haber alguien.
Era el 6 de agosto de 1944. Domingo. El “domingo negro”, como se llamaría después. …
En el número 10 de la calle Tyniecka, los hombres de las SS seguían mirando indecisos, perplejos, como preguntándose.. no fue mas que un momento pero a él le pareció una eternidad, hasta que percibió, como una liberación, el ruido de las botas que se alejaban. Estaba salvado. Comprendió que estaba salvado.
Monseñor Sapieha, al ver que la situación se agravaba cada vez más, decidió que los seminaristas se quedaran a salvo en el arzobispado. Envió un sacerdote para que avisara también a Karol y lo condujera al Palacio de la calle Franciszkanska. Los militares patrullaban aún por las calles, y cada esquina, cada cruce, podía suponer una amenaza.
La señora Szkocka se ofreció para acompañarlos. Ella iría adelante para comprobar que no había peligro, y detrás Wojtyla y el sacerdote, que caminarían pegados a las paredes para, ante la menor señal, deslizarse en el primer portal que encontraran. Travesaron así toda la ciudad. Una Cracovia desierta, espectral, con la gente encerrada en sus casas.
Había un soldado que hacia la guardia junto al arzobispado, pero afortunadamente no los vio. En cuanto llegó, Karol se vistió con la sotana – como el resto de los seminaristas – para que si los alemanes irrumpían inesperadamente lo confundieran con un sacerdote. …
Encerrado en el arzobispado, en “arresto domciliario” como él decía, y donde mal que bien se estaba al abrigo del conflicto, Karol vivió el drama de Varsovia con el alma desgarrada. Pero también con un sentimiento de gratitud y de admiración hacia cuantos combatían en defensa de la patria y sobre todo, hacia aquellos jóvenes que en la insurrección habían dado generosamente la propia vida para salvar la libertad de todos.
“También yo – dirá más tarde – pertenezco a aquella generación, y pienso que el heroísmo de mis contemporáneos me ha servido de ayuda para definir mi vocación personal”.
4 comentarios:
Gracias Ljudmila!
sólo una acotación:
los miembros de la SS no eran militares,
la SS era una organización paramilitar del partido obrero nacional socialista,
generalmente, sus miembros eran lo peor de la sociedad (salvo que los reclutaran obligados, porque entonces, no les quedaba otra que quedars en las SS...)
los llamados generales de la SS eran personas sin cultura alguna, lo peor y lo más tonto (tampoco tenían cultura formal) de la sociedad...
un abrazo!
Muchas gracias Marta - lectora cuidadosa - por tu comentario. Es una cita textual del libro, pero en realidad nunca me puse a pensar si las SS eran o no militares. Que poco sabe uno y cuanto hay por aprender. Un fuerte abrazo.
sí, ese es el problema: que a todo lo que tenga uniforme se lo considera militar... esta gente (incluido Günther Grass) era lo peor de la sociedad (la SS y la SA) y no tenían formación militar... ni de otro tipo, eran "soldados del partido", como se llamaban a sí mismos,
era gente con poca cultura formal e informal, por algo los pusieron a custodiar los campos de concentración a ellos y no a los militares,
No hay que olvidar que una gran parte de quienes se levantaron en contra del nacional socialismo fueron del ejército alemán...
saludos querida Ljudmila! y gracias x tu estupendo blog!
Gracias Marta de corazon por tus comentarios. Solo pensar en tantas maldades - consentidas ademas por la superioridad - me da escalofrios. Deberiamos hablar mas del tema y sin embargo la sociedad ha preferido olvidarlo o ignorarlo.
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