- Una revolucion cristiana - escrito al regreso de Roma.
Fernando del Castillo del Castillo - Gracias Fernando!
"Al poco de regresar de Roma me he sentido empujado a escribir lo que allí he visto, consciente no sólo de haber vivido unos días inolvidables, sino de haber participado en un acontecimiento histórico: la XV Jornada Mundial de la Juventud en Roma, en el año 2000 y con el Papa Juan Pablo II.
Si considerásemos ese viaje como turístico, habría sido un auténtico fracaso: de nueve noches, tres en autobús, una en Tor Vergata (sobre el duro suelo), cuatro en los locales de una parroquia romana (esta vez con el duro suelo amortiguado por una colchoneta de aire), y sólo una en cama: en Roma, calor, caminatas de kilómetros, y comidas casi de supervivencia.
Sin embargo, a ninguno de los dos millones y medio de personas que estábamos por allí nos faltaba una sonrisa de oreja a oreja. ¿Por qué? ¿Quizá nos habíamos vuelto locos? No, sencillamente estábamos en Roma porque nos había convocado el Papa, y todas esas molestias -ofrecidas- eran otra forma de oración por el Santo Padre.
Y los romanos, gastando metros cúbicos de agua regando a los peregrinos para refrescarlos, o dándoles de beber, y llevando cantidades enormes de comida a las parroquias, ¿también estaban locos? ¡Qué va!, se limitaban a corresponder con enorme generosidad a la llamada del Papa.
En Tor Vergata, con unas condiciones que no resultaban cómodas para nadie, se reunieron dos millones y medio de jovenes. No era un concierto de rock -¡ya quisieran para sí la quinta parte de esa audiencia los grupos de música que más éxito tienen en la actualidad!-, pero el ambiente de fiesta resultó inigualable. Le cantamos, le bailamos y le hablamos al Papa (a gritos, pero le hablamos). Juan Pablo II siguió nuestras canciones y nuestros bailes -marcando el ritmo con sus manos, ante el delirio de quienes seguíamos sus gestos por la pantalla gigante-, y se emocionó con nosotros.
Cuando habló (el sábado 19 por la tarde y en la Misa del domingo) fue a la vez cariñoso y exigente: tenéis que ser mártires -nos decía- sin derramar vuestra sangre, pero luchando contra corriente para vivir la pureza en el noviazgo, la fidelidad dentro del matrimonio, la lealtad entre vuestros amigos; tenéis que hacer oración y frecuentar los sacramentos; sólo Jesucristo puede llenar por completo vuestros deseos de amar v satisfacer vuestras ansias de felicidad. Como una despedida, nos pidió que llevásemos su saludo y su abrazo a todos los que encontráramos a nuestro regreso. Y, citando a Santa Catalina de Siena, nos recordó que si éramos lo que debíamos ser, prenderíamos fuego allá donde fuésemos (pirómanos que encienden las almas en el amor de Cristo).
Algunos periodistas italianos que antes se habían mostrado un poco distantes respecto al Papa se preguntaron al ver la respuesta de los jóvenes ya en el acto de acogida (el 15 de agosto) si no estaríamos asistiendo a una verdadera revolución, diferente de todas las anteriores (quizá recordando aquellos movimientos estudiantiles de mayo del 68, entusiastas pero poco duraderos). Sí -les respondo--, estamos asistiendo a una verdadera revolución: a una revolución pacífica, a la revolución cristiana para la que el Papa nos ha convocado en el comienzo del tercer milenio. Por eso, cuando un amigo me comentó al terminar esos días memorables: «Ya se ha acabado esto», le contesté en seguida: «No, esto no ha hecho más que empezar». Es el principio de una gran revolución en la que todos -no sólo los jóvenes- estamos comprometidos. Una revolución que servirá para que en el mundo vuelva a reconocerse la enorme dignidad y el elevado destino al que se encuentran llamadas todas las personas humanas".
Si considerásemos ese viaje como turístico, habría sido un auténtico fracaso: de nueve noches, tres en autobús, una en Tor Vergata (sobre el duro suelo), cuatro en los locales de una parroquia romana (esta vez con el duro suelo amortiguado por una colchoneta de aire), y sólo una en cama: en Roma, calor, caminatas de kilómetros, y comidas casi de supervivencia.
Sin embargo, a ninguno de los dos millones y medio de personas que estábamos por allí nos faltaba una sonrisa de oreja a oreja. ¿Por qué? ¿Quizá nos habíamos vuelto locos? No, sencillamente estábamos en Roma porque nos había convocado el Papa, y todas esas molestias -ofrecidas- eran otra forma de oración por el Santo Padre.
Y los romanos, gastando metros cúbicos de agua regando a los peregrinos para refrescarlos, o dándoles de beber, y llevando cantidades enormes de comida a las parroquias, ¿también estaban locos? ¡Qué va!, se limitaban a corresponder con enorme generosidad a la llamada del Papa.
En Tor Vergata, con unas condiciones que no resultaban cómodas para nadie, se reunieron dos millones y medio de jovenes. No era un concierto de rock -¡ya quisieran para sí la quinta parte de esa audiencia los grupos de música que más éxito tienen en la actualidad!-, pero el ambiente de fiesta resultó inigualable. Le cantamos, le bailamos y le hablamos al Papa (a gritos, pero le hablamos). Juan Pablo II siguió nuestras canciones y nuestros bailes -marcando el ritmo con sus manos, ante el delirio de quienes seguíamos sus gestos por la pantalla gigante-, y se emocionó con nosotros.
Cuando habló (el sábado 19 por la tarde y en la Misa del domingo) fue a la vez cariñoso y exigente: tenéis que ser mártires -nos decía- sin derramar vuestra sangre, pero luchando contra corriente para vivir la pureza en el noviazgo, la fidelidad dentro del matrimonio, la lealtad entre vuestros amigos; tenéis que hacer oración y frecuentar los sacramentos; sólo Jesucristo puede llenar por completo vuestros deseos de amar v satisfacer vuestras ansias de felicidad. Como una despedida, nos pidió que llevásemos su saludo y su abrazo a todos los que encontráramos a nuestro regreso. Y, citando a Santa Catalina de Siena, nos recordó que si éramos lo que debíamos ser, prenderíamos fuego allá donde fuésemos (pirómanos que encienden las almas en el amor de Cristo).
Algunos periodistas italianos que antes se habían mostrado un poco distantes respecto al Papa se preguntaron al ver la respuesta de los jóvenes ya en el acto de acogida (el 15 de agosto) si no estaríamos asistiendo a una verdadera revolución, diferente de todas las anteriores (quizá recordando aquellos movimientos estudiantiles de mayo del 68, entusiastas pero poco duraderos). Sí -les respondo--, estamos asistiendo a una verdadera revolución: a una revolución pacífica, a la revolución cristiana para la que el Papa nos ha convocado en el comienzo del tercer milenio. Por eso, cuando un amigo me comentó al terminar esos días memorables: «Ya se ha acabado esto», le contesté en seguida: «No, esto no ha hecho más que empezar». Es el principio de una gran revolución en la que todos -no sólo los jóvenes- estamos comprometidos. Una revolución que servirá para que en el mundo vuelva a reconocerse la enorme dignidad y el elevado destino al que se encuentran llamadas todas las personas humanas".
6 comentarios:
Gracias Luisa. Lo he visto mas de una vez y cada vez que lo veo no paro de reir y la recomendaciòn de la guardia suiza al payaso cuando volvio ante el Papa con el pedido que fuese mas discreto porque temian por su salud :) :) de la manera que se reìa ? Me encanta el payaso que no me acuerdo como se llama, aunque tambien he visto una entrevista que le hacen por algun video de youtube. Y si te soy sincera no he puesto aun ningun video en este blog porque (que verguenza me da :( porque no se como hacerlo. Se hace como con las fotos? Y peor aun, ni siquiera he bajado ninguno de youtube, aunque son fantasticos muchos de los que hay..... solo tengo guardados en mi archivos los que me van enviando.
Muchisimas gracias Luisa! Ahora no puedo,pero en cuanto disponga de unos momentos comienzo la nueva aventura.
Anoche hice una oracion por las victimas del accidente aereo en España. Un abrazo.
Hola.
Yo estube allí.
Tambien el monte del Gozo.
Gracias por este espacio tan estupendo, pues me emociona recordarlo. No creo que pueda jamas olvidar a este hombre.
Ah! yo tampoco sé poner los videos, así que agradezco a Luisa la información.
Gracias Irache por tu visita y por tu comentario. Las Jornadas seran siendo inolvidables no solo para los que estuvieron presente, sino tambien para todos aquellos que han seguido ese entusiasmo juvenil enraizado en una profunda esperanza de una vida diferente basada en las enseñanzas de Jesus. Un abrazo.
He leído lo que habéis escrito del payaso "Japo". Lo conocí: se llama Diego, Diego Poole. Aunque sólo sea por las risas que "arrancó" al Papa (es algo inolvidable), debemos estarle inmensamente agradecidos: le ayudó a descansar a Juan Pablo II, y a nosotros nos hizo felices viendo en esa situación a Su Santidad
Gracias Fernando por los datos del payaso que con tantas ganas hizo reir al Papa. Es que reia tanto el Papa que no se como se habra aguantado el payaso mismo de no reir el tambien.
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