“ Con la mirada puesta en el misterio de la encarnación del Hijo de Dios”, la Iglesia se preparaba para cruzar el umbral del tercer milenio, recordándonos que “el nacimiento de Jesús en Belén no es un hecho que se pueda relegar al pasado. En efecto, ante Él se sitúa la historia humana entera: nuestro hoy y el futuro del mundo son iluminados por su presencia. Él es « el que vive » (Ap 1, 18), « Aquél que es, que era y que va a venir » (Ap 1, 4) Nos alentaba a “extender la mirada de fe hacia nuevos horizontes en el anuncio del Reino de Dios”…. a ...“volver con una renovada fidelidad a las enseñanzas del Concilio Vaticano II, que ha dado nueva luz a la tarea misionera de la Iglesia ante las exigencias actuales de la evangelización”...
El Gran Jubileo del Año 2000 iniciaba la noche de Navidad de 1999, con la apertura de la puerta santa de la Basílica de San Pedro en el Vaticano, la noche que “debe ser para todos una solemnidad radiante de luz, preludio de una experiencia particularmente profunda de gracia y misericordia divina” que se prolongaría hasta la clausura del Año jubilar el día de la Epifanía de Nuestro Señor Jesucristo, el 6 de enero del año 2001.
Todos fuimos llamados a la “conversión del corazón mediante un cambio de vida”….y a un incesante : « Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor » (Lc 2, 14)
Palabras para la reflexión hoy como ayer…...estas semanas de Adviento preparando “nuestros corazones a hacerse dóciles a la acción del Espiritu” para dejar entrar “la abundancia de sus dones”.
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